jueves, 15 de diciembre de 2011

El mundo es, para cada uno, como un pequeño crucigrama. Nuestra misión es ir rellenando cada espacio haciendo uso de nuestras experiencias. Cada una de estas experiencias representaría una letra. En ocasiones, esas letras estarán representadas por personas; otras veces, se tratarán de sonrisas, quizá también de momentos malos, marcados por las lágrimas, o tal vez por el sudor derramado en cada esfuerzo. No importa. Lo realmente relevante es no dejar espacios en blanco. No hay crucigramas incompletos, solo crucigramas más pequeños.
Con el paso de los años, encontrar las palabras adecuadas resulta cada vez más complicado. Nuestras dudas y vacilaciones nos tientan a tirar la toalla. Nos negamos a utilizar las malas experiencias y optamos por rendirnos o resignarnos. Confundimos un traspiés con una caída, y esto es lo que nos lleva a renunciar: en el camino de la vida, la regla no es levantarse después de cada caída; sino aceptar cada tropiezo, tratando de no rozar nunca el suelo. Caer es tocar fondo; y tocar fondo es rendirse.

A lo largo de mi vida, muchas veces he tratado de esquivar casillas. Cometí el error de intentar resolver el crucigrama usando solo buenas experiencias; y al ver que gran parte de él quedaba incompleto, dejé que esas malas experiencias acumuladas se fueran apoderando de mi espíritu; y entonces, absorbían toda mi energía, debilitándome, animándome a tirar la toalla.

No he aprendido la lección, en absoluto. Pero he avanzado: he aprendido a pulir mis errores, he aprendido que el sufrimiento forma parte de la alegría, y que en la llanura también hay rocas.
He aprendido a tropezar y no caer; controlar mis debilidades; a rellenar mis espacios vacíos.
Pero sobre todo, he aprendido que todavía me queda mucho por aprender.



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