sábado, 15 de octubre de 2016

Mis sábanas

Dolores se retorció entre sus miedos. Dolores regaló una porción de sus esperanzas a la decrepitud de las sábanas viejas. Su cama seguía siendo un refugio. A cambio solo pedía que la seda roída por el tiempo supiese lamer sus heridas. Como cuando era tan solo una niña. Entonces, recuerda el inocente ritual en las noches de insomnio y temores. Dolores buscaba el encuentro con el semblante de las sombras que su imaginación se empeñaba en dibujar sobre las paredes de su pequeño santuario. Pero Dolores nunca veía nada más que las siluetas de su espejo, sus cortinas, y sus lienzos pintados a dedo y amor. Dolores podía sentir el miedo acariciando por detrás de sus orejas, y siempre temía expectante descifrar su nombre en alguna voz distorsionada, pero nunca oía nada. 

Aún así, a Dolores le gustaba proteger su delicado cuerpo con la suavidad de sus sábanas. Desde la primera vez que notó el ligero roce de la seda rosada por encima de sus labios, y por debajo de su nariz, supo que aquellas sábanas serían un perfecto escudo. Un escudo contra el mal del mundo. Un escudo de paz frente a un mundo de caos. Dolores sintió la calidez de un abrazo a través de la frialdad material de sus sábanas de seda, y aquello le fascinó.

Por eso, a Dolores le gustaba retorcerse entre los miedos que quedaron atrapados en su santuario de seda. Por eso, a Dolores le gusta perderse cada noche entre sus sábanas de seda.

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