lunes, 14 de abril de 2014


Sinestesia musical y otras formas de evocar paraísos e infiernos.


Escuchando música electrónica tenía la capacidad de viajar a cualquien rincón de sus cómplices realidades. Su sonido eléctrico y envolvedor le proporcionaba un sinfín de sensaciones, hasta el punto en el que su propia lógica era incapazde distinguirlos. La mezcla de voces, tonos clásicos y sonidos naturales le acompañó en varias ocasiones durante su peregrinaje hacia el infinito. Se perdía por las oscuras sendas del techno más turbador; su cuerpo fluía entre las notas vocales del deephouse más fresco. Otras veces un desfile de trompetas era el encargado de alabar sus oídos; y otras, decidía viajar a la nada, donde absolutamente ninguna cosa podría perturbar la calma de su mente, el descanso. Para ella, la electrónica sintetizaba de forma amoniosa muchas de las sensaciones que la vida le había brindado en pequeñas dosis de experiencia; con la única diferencia de que, ahora, era ella quién ganaba el pulso a la aleatoriedad. Ahora le era posible elegir el momento de la vivencia. Este regalo del hombre para el hombre, necesario para todos y deseado por todos, llevaba años acompañándola en diversas formas y subestilos. Se metarfoseaba conforme ella evolucionaba en su vida, en su peregrinaje, por lo que, de algún modo u otro, había compartido con ella numerosas veladas vespertinas. Como otra música. Como los libros, como sus miedos.

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